ÁNGELES Y DIABLOS – CONCIERTO COMPLETO

ÁNGELES Y DIABLOS
Les Violes du Ciel et de l’Enfer

Fahmi Alqhai, viola da gamba y dirección

ACCADEMIA DEL PIACERE

Johanna Rose, viola da gamba
Rami Alqhai, viola da gamba
Javier Núñez, clave

Tomas y edición de vídeo y audio: Félix Vázquez
Real Alcázar de Sevilla – Ciclo Noches de Euterpe 2024

Programa

ÁNGELES Y DIABLOS
Les Violes du Ciel et de l’Enfer

Marin Marais (1656-1728)
Suite à deux violes et basse continue en re mineur
(Premier livre de pièces de viole, 1686)

Prelude
Allemande
Courante
Sarabande
Gavotte
Menuet
Gigue

Marin Marais (1656-1728)
Suite des airs à joüer de ‘Alcione’ (1706)

Ouverture
Marche pour les matelots
Airs I & II pour les matelots
Tempête
Passacaille (‘Armide’, J. B. Lully, 1686)

Antoine Forqueray (1671-1745)
Pièces de viole avec la basse continuë (1747)

La Laborde
Pièces à trois violes par Ms. Forcroy (MS de Lille)
Allemande
Sarabande
Courante
Passacaille ou Chaconne (‘Pieces de violes ‘, F. Couperin, 1728)

Arreglos (Alcione & Armide): Fahmi Alqhai

El repertorio de la corte de Versalles de Luis XIV es la música por excelencia para la viola da gamba. Allí se reunieron a inicios del siglo XVIII algunos de los más grandes compositores de todos los tiempos para el instrumento, y en particular Marin Marais y Antoine Forqueray, llamados ya entonces el ángel y el diablo de la viola. Accademia del Piacere se sumerge en su medio instrumental natural, la música para basses de viole.

Notas al programa

Cuando en 1661 asume de forma efectiva el poder, Luis XIV no ha olvidado los sucesos de la Fronda que amargaron su niñez. Está por ello obsesionado con el orden y desea por encima de todo controlar a la levantisca aristocracia del reino. Tras la firma del Tratado de los Pirineos en 1659, Francia se ha convertido sin discusión en la primera potencia de Europa, y el rey no está dispuesto a renunciar al futuro de grandeza que el nuevo contexto internacional le augura. Por eso, por salvaguardar la dignidad de su majestad en un entorno solemne y por tener bajo su mano a los poderosos, decide trasladar la corte de París a Versalles, donde convertirá el viejo pabellón de caza que construyera décadas atrás su padre en el más suntuoso e imponente palacio que hubiera podido soñar jamás casa real alguna.

Como se trataba además de impresionar al visitante (sobre todo, si era extranjero), el rey no escatimó en gastos para atraer hasta su nueva residencia a los más ilustres intelectuales y a los mejores artistas de Francia. Años después, en El siglo de Luis XIV, Voltaire recordaría entusiasmado aquella confluencia de talentos:

Es una época digna de la atención de tiempos venideros aquella en la que los héroes de Corneille y de Racine, los personajes de Molière, las sinfonías de Lulli, nuevas para la nación, y (ya que aquí no se trata únicamente de las artes) las voces de Bossuet y de Bourdaloue eran escuchadas por Luis XIV, Condé, Turenne, Colbert, y esta multitud de hombres superiores. No volverán los tiempos en que un duque de La Rochefoucauld, autor de las Máximas, tras charlar con Pascal, se dirigía al teatro de Corneille. No ha habido muchos genios desde los hermosos días de estos artistas ilustres; parece que la naturaleza descansó.

En este fastuoso ambiente, en el que convivían la aristocracia de la sangre y la del arte, había de producirse a finales del siglo XVII el encuentro entre los dos más grandes violagambistas que conocieran los tiempos. Marin Marais había nacido en París en 1656, hijo de un humilde zapatero, y se había formado como niño de coro en Saint-Germain-l’Auxerrois antes de pasar unos meses junto a Jean de Sainte-Colombe, el gran maestro de la viola francesa. A los 20 años estaba ya en Versalles como miembro de la Academia Real de Música y en la corte haría toda su carrera artística. Antoine de Forqueray era también parisino, pero pertenecía a una familia de músicos. Nacido en 1671, llegó a Versalles con sólo 17 años para formar parte de La Chambre du Roy, deslumbrando a todos con su delirante virtuosismo y provocando frecuentes altercados por su carácter colérico.

Marais y Forqueray chocaban en todo. El primero era un artesano con aspiraciones de ascender en la escala social y la clara voluntad de dejar testimonio de su arte, lo que documentan principalmente sus cinco libros de viola editados entre 1686 y 1725. El segundo, un altivo revolucionario de la improvisación, que se jactaba de no haber escrito jamás una nota. Marais se presentaba como el heredero de toda una tradición que había hecho de la viola uno de los instrumentos más nobles de la Francia de su época: sus danzas y sus piezas de carácter agrupadas por tonalidades en forma de suites extendieron el gusto por las ediciones dedicadas al instrumento en las primeras décadas del Setecientos. Forqueray despreciaba hasta tal punto la letra impresa que si sus piezas han sobrevivido ha sido gracias a su hijo Jean-Baptiste, que las publicó póstumamente en 1747. En Marais alentaba el espíritu clásico. En Forqueray, el del exceso.

Ninguno de los dos pudo evitar en cualquier caso el declive de la viola, que era ya muy acentuado en 1740, el año en que Hubert le Blanc publicó su famoso tratado en defensa del instrumento en el que recordaba los años gloriosos en que los corrillos artísticos parisinos eran un hervidero de chismes y noticias en torno a esos dos grandes prodigios enfrentados, el dulce Marais, “que tocaba como un ángel”, y el furioso Forqueray, “que lo hacía como un diablo”. Trescientos años después, el duelo continúa…

Pablo J. Vayón